En la rendija de un muro vivían dos lagartijas, Margarita y Lucía. Lucía estaba todo el día echada en el muro tomando sol. Margarita pasaba la mayoría del tiempo buscando insectos para sí misma y para sus hijos. Cuando veía a Lucía echada en el muro, se enfadaba.
“¡Tú cómo gastas el tiempo! Si fueras lagartija decente, por fin te preocuparías del bienestar de tus hijos. ¿Qué es lo que haces todo el día allí arriba?” Lucía pestañó y dijo: “Recupero energía. De esta manera sí que hago algo para mis hijos.”
“Lo veo diferente”, gruñó Margarita. “Y un día te llevará el águila ratonera o el halcón.”
“Esperemos a ver qué pasa”, opinó Lucía y se desperezó en el sol. Margarita prefiría buscar presa en la sombra de los arbustos bajos. Pasaba mucho tiempo cazando hormigas. A menudo parecía cansada. Su vida estaba cada día más amenazada: Ya no tenía nada que contraponer a la rapidez de los gatos y a la de las comadrejas.
Los hijos de Lucía se volvieron fuertes y despabilados, todo como ella misma. Pronto empezaron cogiendo las arañas más gordas, los cárabos más rápidos y aun grandes libélulas. Pero lo que les gustaba lo más era echarse en el muro al lado de su madre y estirarse a la luz del sol.