Un hombre estaba atravesando el desierto. Al rededor de él no había nada más que arena, piedras y rocas, el cielo azul reluciente y el sol ardiente. En la mitad de su camino se le ocurrió descansar y buscó un lugar adecuado. Un poco lejos del camino encontró un peñón que le podía ofrecer sombra durante su descanso. El hombre se acercó. Al llegar vió algo raro: En la sombra de le roca crecía una brizna de pasto, de hecho.
“¡Qué sorpresa! ¿De dónde vienes tú?”, le preguntó el hombre. Después se rió de si mismo:
“Estoy tan solo que empiezo hablar con la hierba. Será mejor examinar de donde viene ella.”
Excavó la plantita de la arena y la puso al lado cuidadosamente. Después empezó a cavar más y más profundamente. Aunque no tropezara con un manantial brotante, en ese lugar el suelo estaba verdaderamente mojado. Cuando el hombre de nuevo se puso en camino no olvidó de reponer la brizna en la tierra mojada. Con unas piedras construyó un pequeño muro para proteger la planta contra la desecación por el viento caliente del desierto. Después siguió caminando.
Al regresar pasó por el mismo lugar. Por supuesto miró si su pequeña planta estaba viva. Se alegró mucho: La brizna se había vuelto en un verdadero pequeño manojo de hierba. El hombre cavó un poco más profundamente y llegó a una parte aun más mojada de la tierra. Con un pañuelo, dos palos y unas piezas de cuerda, que había traído para el regreso, mejoró la protección de su planta contra el viento.
Muchos años después un amigo del hombre tuvo que atravesar el mismo desierto. Entonces le pidió a su amigo: “Pues mira qué fue de mi planta – si todavía existe.” El amigo se lo promitió. Cuando éste volvió del viaje le contó: “Tu manojo de hierba se ha vuelto en una pequeña pieza de prado. Otros viajeros han encontrado el lugar. Han subido el muro y puesto más palos con pañuelos. Alguién ha cavado un pozo y lo ha cubierto con una pieza de cuero. Al lado del pozo crece una hermosa higuera . En sus hojas canta un grillo.”